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Pentecostés la fiesta de la Iglesia

Esta fiesta antiquísima, que se celebraba cincuenta días después de la pascua, en un principio era la fiesta de la cosecha, pero posteriormente se convirtió en la fiesta de la renovación de la alianza; evocaba, por tanto, el don de la ley en el monte Sinaí. Un fragor como de viento y fuego evoca la aparición de Dios; el viento que irrumpe es, en particular, el signo de la irrupción de Dios en el mundo, de un Dios que toma posesión de la criatura humana, así como tomó posesión de Jesús y como toma posesión de todo creyente. Es el signo de la nueva humanidad en el Espíritu. El fuego, por medio del cual el Espíritu se comunica a cada uno en forma de lengua, sella esta relación personal y única con la Trinidad; es signo del Dios que entra en cada uno como fuego que ilumina y devora, y después se convierte en palabra en la Iglesia. Del viento y del fuego nace el don de lenguas. Mientras en Babel la multitud de lenguas había puesto en evidencia la ruptura y la confusión de la humanidad, ahora la multiplicidad de las lenguas que se entienden es el Inicio de la universalidad de la Iglesia, del único cuerpo de Cristo que anuncia con una única lengua las grandezas de Dios. Pentecostés no es, por tanto, simplemente la fiesta del Espíritu Santo. La fiesta del Espíritu Santo se celebra cada domingo, en cada liturgia, en cada sacramento. En Pentecostés celebramos más bien la fiesta histórica del comienzo de la Iglesia en la fuerza del Espíritu. Es la fiesta de la Iglesia de Jesús que vive de su Espíritu.

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