MEDITATIO
La liturgia de la
Palabra de hoy nos lleva de la mano por el camino de la verdadera alegría,
viniendo a buscarnos en los callejones sin salida donde nos metemos y donde no
podemos avanzar. Penitencia y arrepentí miento no son sinónimos de abatimiento,
tristeza o frustración; por el contrario, constituyen una modalidad de apertura
a la luz que puede disipar las oscuridades interiores, hacernos conscientes de
nosotros mismos en la verdad y hacernos gustar la experiencia de la
misericordia de Dios. Él siempre ve y conoce nuestras mezquindades y suciedades
interiores y, sin embargo, ¡qué diferente es su juicio del nuestro!
"En
tu luz veremos la luz" (Sal 35,10b): admirados
notamos que desde el momento en que nos ponemos en camino, él nos envuelve con
un amor más grande, nos despoja de nuestro mal y nos reviste de una inocencia
nueva.
El Señor había
asignado al profeta la misión de convocar al pueblo para suscitar nueva esperanza
a través de un camino penitencial; a los apóstoles les confía el ministerio de
la reconciliación; a la Iglesia hoy, le encarga proclamar que ¡ahora es
tiempo favorable, ahora es el día de la salvación! Volvamos al camino
del Señor con todo su pueblo, dejémonos reconciliar con Dios permitiendo a
Cristo que asuma nuestro pecado: sólo él puede conocerlo y expiarlo plenamente.
Renovados por el amor aprenderemos a vivir bajo la mirada del Padre, contentos
de poder cumplir humildemente lo que le agrada y ayuda a nuestros hermanos. Su
presencia en el secreto de nuestro corazón será la verdadera alegría, la única
recompensa esperada y ya desde ahora pregustada.
ORATIO
Padre
mío, tú que ves en lo escondido, sabes cómo rehuyó de lo
escondido del corazón y cómo busco la admiración de los hombres, pobre
recompensa al orgullo de mi "yo" que recita su papel en la comedia de
la piedad humana.
Muy distinto,
mucho más desconcertante, es el misterio de tu piedad, pero cómo lo ignoro
todavía, vagando lejos... Hazme volver, te suplico, a la hondura de mí ser
donde tú moras: en la luz nueva del arrepentimiento exultaré
de gozo en tu presencia.
Padre
nuestro, que estás en los cielos, tú conoces el mal del
mundo y cómo yo lo aumento cada día. Ayúdame hoy a acoger el día de
salvación; concédeme ahora el mirar a tu Hijo, tratado como pecador por
nosotros, crucificado por nosotros, por mí. Reconciliado por el Amor infinito,
viviré en el humilde amor que no busca otra recompensa fuera de ti.
V: Jesús, manso y humilde de corazón,
R: haz nuestro corazón semejante al Tuyo.
R: haz nuestro corazón semejante al Tuyo.
CONTEMPLATIO
Conviértete y
vuelve al temor de tu Dios: ayuna, ora, llora, invoca con insistencia [...].
Vuelve, alma, al Señor con la penitencia que te acerca a él, que es bueno
[...]. Busca el amor de los pobres,
porque para Dios es mejor que ofrecerle un sacrificio; aleja la molicie de tu
cuerpo y, por el contrario, da satisfacción al alma; purifica tus manchas para
conocer la dulzura del Señor, y su luz descenderá sobre ti y te librarás de las
tentaciones del enemigo, porque el Señor ha prometido acoger a los que recurren
a él concediéndoles su misericordia.
Presta mucha
atención: abandona las reuniones mundanas, el comer y beber en demasía, para no
perder lo que el Señor ha prometido a los buenos y justos. Así, alma,
construirás tu habitación con obras buenas, y tu lámpara lucirá en los cielos
con el aceite de su misericordia. Acércate a su perdón y misericordia, y él
hará resplandecer sobre ti su Espíritu. Lava con lágrimas tus pecados y
descenderá sobre ti la bondad (Giovanni Mosco, Sentenze dei padri,
"Paterikon" 196, en Corpus Scriptorum Christianorum
Orientalium, Lovaina).
ACTIO
Repite con
frecuencia y vive hoy la Palabra:
"Venid,
volvamos al Señor" (Os 6,1a).
PARA
LA LECTURA ESPIRITUAL
Arrepentimiento no
equivale a autocompasión o remordimiento, sino a conversión, a volver a centrar
nuestra vida en la Trinidad. No significa mirar atrás disgustado, sino hacia
adelante esperanzado.
Ni es mirar hacia abajo
a nuestros fallos, sino a lo alto, al amor de Dios. Significa mirar no aquello
que no hemos logrado ser, sino a
lo que con la gracia divina podemos llegar a ser [...]. El arrepentimiento, o cambio de
mentalidad, lleva a la vigilancia, que significa, entre otras cosas, estar
presentes donde estamos,
en este punto específico del espacio, en este particular momento
de tiempo.
Creciendo en vigilancia y en conocimiento de uno mismo, el hombre comienza a
adquirir capacidad de juicio y discernimiento: aprende a ver la diferencia
entre el bien y el mal, entre lo
superfluo y lo esencial; aprende, por tanto, a guardar el propio corazón, cerrando la
puerta a las tentaciones o provocaciones del enemigo. Un aspecto esencial de la
guarda del corazón es la lucha
contra las pasiones: deben purificarse, no matarse; educarse, no erradicarse. A nivel
del alma, las pasiones se purifican con la
oración, la práctica regular de los sacramentos, la lectura
cotidiana de
la Escritura; alimentando la mente pensando en lo que es bueno y con actos concretos
de servicio amoroso a los demás. A nivel
corporal, las pasiones se purifican sobre todo con el ayuno y la
abstinencia.
La purificación de las
pasiones lleva a su fin, por gracia de Dios, a la "ausencia de
pasiones", un estado positivo de libertad espiritual en el que no cedemos
a las tentaciones, en el que se pasa de
una inmadurez de miedo y sospecha a una madurez de inocencia y confianza. Ausencia
de pasiones significa que no somos dominados por el egoísmo o los deseos
incontrolados y que así llegamos a
ser capaces de un verdadero amor (K. Ware, Diré Dio oggi. Il camino del cristiano, Magnano 1998,182-185 passim).
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