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Tomás de Celano (hacia 1190-hacia 1260), biógrafo de San Francisco y de Santa Clara Primera vida de S. Francisco de Asís, 58

“Ni un pajarito cae en tierra sin que lo sepa vuestro Padre...No temáis!”
    Llegado a una gran manada de pájaros, el bienaventurado Francisco se dio cuenta que le esperaban. Les dirigió su saludo habitual, se admiraba de que no se escaparan como de costumbre, les dijo que debían de escuchar la Palabra de Dios y les rogó humildemente de estar atentos.

    Les dijo, entre otras cosas: “Pajaritos, hermanos míos, tenéis motivo de alabar y amar a vuestro creador. El os ha dado las plumas de vestido, las alas para volar, y todo lo que necesitáis para vivir. De entre todas las criaturas de Dios, vosotros tenéis la mayor suerte. Os ha dado el aire y su pureza como vuestro espacio vital. No habéis sembrado ni segado, os da vuestro alimento y vuestra cobijo sin que os tengáis que inquietar por ello.” A estas palabras, según el mismo santo y sus compañeros, los pájaros expresaron a su manera una inmensa alegría: alargaban sus cuellos, desplegando sus alas, abriendo el pico y mirando con toda atención. El Santo se paseaba entre ellos, rozando con su túnica  sus cabezas y sus cuerpos. Finalmente, los bendijo trazando sobre ellos la señal de la cruz y permitiéndoles que se fueran volando. El siguió el camino con sus compañeros y, exultante de alegría, dio gracias a Dios que es reconocido y venerado por todas las criaturas.

    Francisco no era un simple pero tenía la gracia de la simplicidad. Se acusaba entonces de no haber predicado antes a los pájaros ya que escuchaban con tanta atención y respeto la Palabra de Dios. A partir de este día no dejaba de exhortar a todos los pájaros, a todos los animales, a los mismos reptiles y hasta a las criaturas insensibles, a alabar y amar al Creador.

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