Arquidiócesis de
Tegucigalpa/ Decanato Zona Periférica
Parroquia Cristo Rey y Santa Cruz
Preparación DE COROS
PARRROQUIALES
Para los Tiempos Litúrgicos de
Adviento y Navidad
Cantando al Señor en Espíritu y Verdad en
Adviento y Navidad.
12 Y 13 de Noviembre 2011
SIGNIFICADO DEL TIEMPO LITÚRGICO DEL ADVIENTO
Las siguientes notas
tienen como base una enseñanza tanto del entonces Cardenal Ratzinger , como
después, del ahora Papa Benedicto XVI; un extenso material de Mons. José Antonio Eguren Anselmi, titulado “El
Tiempo de Adviento”,………. Y finalmente,
reflexiones y adaptaciones de redacción del P. Rafael Alvarado.
I. Introducción
1. Un tiempo
diferente
Una
de las primeras preocupaciones que debemos tener al empezar el tiempo del
Adviento, es lograr una clara conciencia que empieza
un tiempo distinto a
las semanas que lo han precedido. Por tanto subrayar el cambio de tonalidad de estos días dará vitalidad a
las celebraciones, ayudará a redescubrir
matices importantes y
quizá un tanto olvidados de la vida cristiana e incluso podrá servir para alejar la rutina
de unas celebraciones siempre idénticas,
o por lo menos, muy parecidas. Para despertar la novedad del Adviento será muy
importante:
· Cuidar los detalles externos (ambientación del
lugar, cantos, etc.).
· Recalcar los diferentes enfoques de las lecturas
(en estos días prácticamente no hay lectura continua).
· Y subrayar los contenidos de los textos eucológicos
(oraciones presidenciales, prefacios).
2. Sentido del Adviento
El
Adviento es fundamentalmente el tiempo de la venida del Señor. Eso significa la palabra latina “adventus”:
venida, advenimiento. Una palabra que se aplicaba especialmente a la llegada de
algún personaje importante, y que ahora nosotros dedicamos al Señor Jesús, el
único Salvador del mundo, ayer, hoy y siempre; principio y fin de la historia.
El
entonces Cardenal Joseph Ratzinger explicaba que “adviento”: “… es la
traducción de la palabra griega parusía,
que significa «presencia», o mejor dicho, «llegada»,
es decir, presencia comenzada. En la antigüedad se usaba para
designar la presencia de un rey o señor, o también del dios al que se rinde
culto y que regala a sus fieles el tiempo de su parusía, de su presencia.
Es decir, que el Adviento significa la presencia comenzada de Dios mismo.
Tomando como base esta
enseñanza del Cardenal Ratzinger, y adaptándola a los fines de esta enseñanza,
digamos que:
1)
La presencia de Dios en el mundo ya ha comenzado:
®
Él ya está presente en el mundo, más sin embargo, de una manera oculta. Con todo, su presencia ya ha
comenzado.
®
Y
ahora somos nosotros, los creyentes,
quienes, por su voluntad, hemos de hacerlo presente en el mundo por medio de
nuestra fe, esperanza y amor. Es así como él quiere hacer brillar la luz
continuamente en la noche del mundo.
®
De esta forma, las luces que encendamos
dominicalmente en el adviento son a la vez un consuelo y una advertencia.
Consuelo por la certeza consoladora de que «la
luz del mundo» se ha encendido ya en la noche oscura de Belén y ha cambiado la
noche del pecado humano en la noche santa del perdón divino. Esa
presencia de Dios acabada de comenzar, aún no es total, sino que esta proceso de crecimiento y maduración. Advertencia,
por la conciencia de que esta luz solamente puede —y
solamente quiere— seguir brillando si es sostenida por aquellos que, por ser
cristianos, continúan a través de los tiempos la obra de Cristo. La luz
de Cristo quiere iluminar la noche del mundo a través de la luz que somos
nosotros; su presencia ya iniciada ha de seguir
creciendo por medio de nosotros. El niño - Dios nace allí donde se
obra por inspiración del amor del Señor, donde se hace algo más que
intercambiar regalos.
2)
Pero
si Adviento significa presencia de Dios ya comenzada, esta presencia tan solo ha comenzado. Esto
implica que el cristiano no mira solamente a lo que
ya ha sido y ya ha pasado, sino también a lo que está por venir. En medio de todas las desgracias del mundo tiene la
certeza de que la simiente de luz sigue creciendo
oculta, hasta que un día el bien triunfará definitivamente y todo le estará
sometido: el día que Cristo vuelva. Sabe que la presencia de Dios,
que acaba de comenzar, será un día presencia total. Y esta certeza le hace
libre, le presta un apoyo definitivo (...)».
Ya como el Papa
Benedicto XVI, él nos vuelve a explicar muy bien el sentido cristiano y la
exigencia espiritual del adviento al recordarnos que: “la palabra latina «adventus» se refiere a la venida de
Cristo y pone en primer plano el
movimiento de Dios hacia la humanidad,
al que cada
uno está llamado a responder con la apertura, la espera, la búsqueda y la
adhesión. Y al igual que Dios es
soberanamente libre al revelarse y entregarse, porque sólo lo mueve el amor,
también la persona humana es libre al dar su asentimiento, aunque tenga la
obligación de darlo: Dios espera una respuesta de amor. Durante estos días la liturgia nos presenta como modelo perfecto
de esa respuesta a la Virgen María,
a quien el próximo 8 de diciembre contemplaremos en el misterio de la
Inmaculada Concepción”1 (S.S. Benedicto XVI, Ángelus, 4-XII-05).
En
definitiva, y en pocas palabras, adviento es el tiempo del YA, PERO
TODAVÍA NO. Cristo ya
está presente en este mundo (encarnación), pero este mundo todavía no es plenamente reino de Dios. Y lo será solamente
cuando se cumpla lo que afirmamos en el Credo, su segunda venida gloriosa.
El
tiempo litúrgico del Adviento es pues el tiempo de la espera de la acción
divina, la espera del gesto de Dios que viene hacia nosotros y que reclama nuestra
acogida de fe y amor. Con el Antiguo Testamento, San Juan el Bautista, San
José, y Santa María preparamos la venida del Señor
Dicho
todo lo anterior, podemos entender ahora que el Adviento celebra una triple venida del Señor:
· En primer lugar, la histórica,
cuando asumió nuestra carne y nació de Santa María siempre Virgen. Con el día
17 de Diciembre, empieza la segunda parte o segundo bloque del Adviento. La Palabra de Dios centra de lleno nuestra
atención a preparar la solemnidad de la Navidad, a conmemorar el nacimiento del
Señor en Belén, la encarnación. Es lo que llamamos su primera venida, en carne,
(Jn. 1,14) acompañado de la
presencia maternal y amorosa de Santa María y su esposo, San José.
· En segundo lugar, la que se realiza en nuestra existencia personal, iniciada por el Bautismo y continuada en los
sacramentos, especialmente en la Eucaristía, donde está real y sustancialmente
presente. También el Señor viene a nosotros en los sucesos de cada día, en los
acontecimientos de la historia y manifiesta así que la vida cristiana es
permanente adviento o presencia/venida suya a nuestras vidas, lo que exige
nuestra acogida de fe y nuestra cooperación activa desde nuestra libertad. Este
centrarnos más en la venida cotidiana, lo vemos marcado en la Palabra por los
anuncios del precursor, San Juan el Bautista, y su invitación a preparar los
caminos del Señor
· Y en tercer lugar, la venida definitiva o escatológica, al final de los tiempos, cuando el Señor Jesús
instaure definitivamente el Reino de Dios. Con el primer domingo inicia la
primera parte o el primer bloque del Adviento. En esos primeros días, la
atención se dirige hacia la venida definitiva al final de los tiempos, con las
llamadas en la Palabra de Dios a la vigilancia y al estar para estar bien
dispuestos.
Todo
esto lo celebramos en el Adviento gradualmente. Y todo, acompañados por los
oráculos de Isaías y de los demás profetas, que nos hacen vivir en actitud de
gozosa espera.
Por
ello el Adviento no es sólo la espera de un acontecimiento, Adviento es
sobre todo la espera de una persona.
Así, el acontecimiento esperado es esa intervención de Dios en la historia que
coincide con la venida del Hijo de Dios, de Cristo: «Dice el que da
testimonio de todo esto: “Sí, pronto
vendré”. ¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!» (Ap 22,20). Parece que “Marana tha” («Ven, Señor») fue
una de las oraciones más frecuentes de los primeros cristianos, lo que muestra
que su actitud fundamental era una actitud de espera de la vuelta definitiva de
Cristo. Pero no con la actitud de evadirse del tiempo para encontrar la
eternidad, sino la de esperar la venida de la eternidad en el tiempo, asumiendo el movimiento mismo de la historia,
esperando su acabamiento, con la venida definitiva del Señor. Por ello la oración cristiana no es evasión sino compromiso
con la finalidad última del mundo.
"Podríamos
decir que el
Adviento es el tiempo en el que los cristianos deben despertar en su corazón la
esperanza de renovar el mundo, con la ayuda de Dios.
A este propósito, quisiera recordar también hoy la constitución Gaudium et spes
del Concilio Vaticano II sobre la Iglesia en el mundo actual: es un texto
profundamente impregnado de esperanza cristiana. Me refiero, en particular, al
número 39, titulado "Tierra nueva y cielo nuevo". En él se lee:
"La revelación nos enseña que Dios ha preparado una nueva morada y una
nueva tierra en la que habita la justicia (cf. 2 Cor 5, 2; 2 P 3, 13). (...) No
obstante, la
espera de una tierra nueva no debe debilitar, sino más bien avivar la
preocupación de cultivar esta tierra".
En efecto, recogeremos los frutos de nuestro trabajo cuando Cristo entregue al
Padre su reino eterno y universal. María Santísima, Virgen del Adviento, nos
obtenga vivir este tiempo de gracia siendo vigilantes y laboriosos, en espera
del Señor"3 (S.S. Benedicto XVI, Ángelus, 27-XI-05.)
Cerremos
este primer apartado, sobre el sentido del Adviento con otra reflexión del en
ese entonces Cardenal Ratzinger: “El
Adviento y la Navidad han experimentado un incremento
de su aspecto externo y festivo profano tal que en el seno de la Iglesia
surge de la fe misma una aspiración a un Adviento auténtico”. En otras palabras,
Ratzinger nos recuerda que el Adviento ha desaparecido del ambiente cotidiano en el que
vivimos. La sociedad consumista y hedonista no espera a un Dios
salvador que vendrá a instaurar definitivamente su reino. Nuestro
comercializado medio ambiente no quiere que elevemos la mirada a lo alto del
cielo, a la infinita presencia del Señor que viene. Desde antes que llegue
nuestro tiempo cristiano de Adviento, el tiempo comercial (que cada vez empieza
más temprano, ¡hasta que llegue el día en que increíblemente se nos haga pasar
directamente de la Semana Santa comercial a los primeros anuncios de la ya
próxima Navidad!!!) busca ahogar el espíritu de la esperanza teologal para
sustituirla por la esperanza consumista: ya no se espera al redentor, se espera
lo que se consumirá (comidas, regalos, fiesta, adornos, luces, cohetes, música,
etc). Lo que vale ya no es la eternidad (“Yo
he venido para tengan vida, y vida eterna” (cita), sino la
temporalidad: lo que ahora disfruto, experimento, lo que me va a satisfacer ahora,
en este instante.
Pero las
palabras del Cardenal Ratzinger son de esperanza: ante esta realidad
consumista, temporal, hedonista, la fe se revela y no se siente satisfecha la
vida del cristiano. En otras palabras, a los discípulos de Jesús, la manera como la
sociedad se plantea y vive los primeros días de diciembre hasta la Navidad, no
solo no los satisface sino que además los cuestiona. Y entonces, sienten la
necesidad apremiante de recuperar el verdadero sentido de esos días a la luz de
una vivencia real del mensaje de esperanza del Adviento. Y para que nuestro
pueblo abra sus ojos y caiga en la cuenta de que su fe lo llama a un mensaje
muy diferente ES INDISPENSABLE revisar
en 3 dimensiones la manera como celebramos nuestra fe en el Adviento:
1.
Cómo
ambientamos
el templo: lamentablemente son muchos los templos que en los primeros días de
diciembre más parecen centros comerciales que casas de oración. La ambientación
u ornato en esos templos no solo pasa por alto la austeridad del adviento sino
que además siguen las pautas de adorno propios de un centro comercial.
2.
Lo
que predicamos:
hay que ayudar al pueblo de Dios a comprender que la Palabra de Dios en los
días de Adviento nada tienen que ver con una mentalidad de catástrofe y fin del
mundo, que una cosa es el lenguaje con el que se dicen las cosas y otra muy
distinta el mensaje que se quiere transmitir ¡Son apenas 4 semanas para
orientar al pueblo de Dios hacia aquello que da pleno sentido a la vida
terrena: la vida eterna!
3.
Lo
que cantamos:
es el tercer elemento de esta trilogía evangelizadora, tan valiosa como las dos
anteriores. De hecho, el contenido del canto es la clave para ayudar a la
asamblea litúrgica a captar el sentido de un ornato adecuado del templo, así
como la orientación de la Palabra de Dios en ese Tiempo Litúrgico.
En
conclusión, 3 cosas son importantes para ubicar el sentido y la forma de
celebrar el Adviento:
1. Su SIGNIFICADO: es el Tiempo del “Ya, pero todavía no”. Adviento celebra
la presencia real de Dios en un mundo, que sin embargo, no ha alcanzado a ser
todavía, reino de Dios, y lo será solo cuando el Señor retorne nuevamente en
todo el esplendor de la gloria del Hijo único de Padre “… a juzgar a vivos y muertos…”
e instaurar el reino sin fin de su Justicia y su Amor. Mientras ese día llega,
es su voluntad que nosotros, los hijos de Dios, edifiquemos este mundo con su
gracia.
2. Su ESPIRITUALIDAD: centrada en la virtud teologal
de la esperanza. De ahí que se diga que Adviento es el tiempo de la esperanza.
3. Su ENFOQUE: la austeridad.
3. El Adviento: tiempo de austeridad
Para que se haga sensible el triple sentido del
Adviento, (sentido escatológico, de venida continua y de preparación a la
Navidad), durante el Adviento la liturgia
suprime algunos signos festivos, entre ellos el
canto de Gloria. Es
una manera de expresar, que sólo cuando el Señor Jesús esté con nosotros al
final de los tiempos e instaure definitivamente su Reino, la Iglesia podrá
hacer fiesta con todo esplendor. El tiempo del
Adviento es por tanto un tiempo marcado por la austeridad, lo cual es muy distinto al carácter penitencial de la
Cuaresma.
En el Adviento se emplean vestiduras moradas (cuyo
significado es precisamente de esperanza: morado en cuaresma, la esperanza,
bajo un enfoque de penitencia; morado en misa de difuntos, la esperanza bajo un
enfoque de resurrección, morado en Adviento, la esperanza con sabor a
austeridad), se omite el canto del Gloria, y la ambientación es sobria. Con
todo se conservan algunos signos festivos, como por ejemplo el canto del
Aleluya.
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