A nuestros sacerdotes, religiosos y religiosas,
agentes de pastoral, pueblo católico, hermanos en la fe cristiana, a todos los
centroamericanos, hombres y mujeres de buena voluntad:
Introducción
1. «Gracia a ustedes y paz de parte de Dios nuestro
Padre y del Señor Jesucristo» (Fil 1,2). Los Obispos de Centro América nos
hemos reunido para la Asamblea Ordinaria Anual del Secretariado Episcopal de
América Central (SEDAC), del 21 al 25 de noviembre en Valle de Ángeles,
Honduras. Como Pastores, «llamados a vivir el amor a Jesucristo y a la Iglesia
en la intimidad de la oración y en la donación de nosotros mismos a los
hermanos y hermanas, a quienes presidimos en la caridad» (Aparecida, 186) en estos días «hemos dado gracias a Dios por todos
ustedes, recordándolos sin cesar en nuestras oraciones» (1 Tes 1,2).
2. Hemos vivido en nuestra asamblea una rica
experiencia de comunión y de fraternidad, que nos ha hecho gustar el ser
Iglesia como «casa y escuela de comunión» (Aparecida,
187) y nos ha impulsado a renovar con alegría nuestro ministerio como «pastores
y guías espirituales de las comunidades a nosotros encomendadas» (Aparecida, 188). Hemos orado y
reflexionado juntos, hemos compartido el camino de la Iglesia en los diferentes
países y hemos discernido la voluntad de Dios frente a los retos de la realidad.
En este espíritu de oración y de comunión deseamos
dirigirles, a la luz de tres parábolas del evangelio, un mensaje de fe y de esperanza
que, aun en medio de las oscuridades e incertidumbres de la historia,
contribuya a reconocer la presencia del Reino de Dios en nuestros pueblos.
«Dejen que el trigo y la
cizaña crezcan juntos hasta la cosecha» (Mt 13,30)
3. Recordemos en primer lugar la parábola del trigo y
la cizaña. En ella Jesús nos enseña que el Reino de Dios se abre paso en la historia
en medio de la malicia y del pecado humano, creciendo como el trigo en
medio de la maleza. De este modo Jesús
nos ayuda a ver la realidad con objetividad
y esperanza, reconociendo las luces
y sombras de la historia pero confiando
en la victoria final del proyecto de Dios (cf. Mt 13,24-30).
4. Reconocemos como trigo bueno, signo del Reino, el amor a
la vida, arraigado en el corazón de nuestros pueblos y distintivo de
nuestra cultura, vivido, sin embargo, en
medio de la maleza de una alarmante violencia que reviste diversas formas y
tiene diversos agentes: el crimen organizado y el narcotráfico, violencia
común y creciente violencia intrafamiliar. Junto a las soluciones
sociales y económicas que los Estados y la sociedad deben implementar para
frenar y erradicar el crecimiento de este flagelo, los cristianos debemos empeñarnos en el seguimiento de Cristo Redentor,
a través de la oración por la paz y el compromiso por la vida y la justicia,
sabiendo que «la radicalidad de la
violencia sólo se resuelve con la radicalidad del amor redentor» (Aparecida, 543).
5. En medio de pueblos que aman la verdad y la
honestidad y que han luchado siempre por la igualdad y la libertad,
paradójicamente persisten todavía
situaciones y estructuras adversas tales como la exclusión social de inmensas mayorías pobres, la corrupción en la sociedad y en el
Estado, el irrespeto a las leyes y a las
instituciones democráticas y la violación
a los derechos humanos. Todo ello
rompe la armonía social, contribuye al crecimiento de la pobreza de gran parte
de nuestra población y provoca la dolorosa migración forzada de muchos
centroamericanos. Vemos, finalmente, como trigo en medio de la maleza, el
aprecio por el valor de la familia todavía existente en nuestra sociedad, a
pesar de que hoy se ve amenazada por ideologías, leyes y situaciones de
inseguridad económica que no la favorecen. Con la conciencia de que el trigo
bueno del Reino de Dios sigue creciendo en medio de la maleza, no permitamos que se oscurezca o debilite
nuestro compromiso cristiano por vivir y anunciar los valores del Evangelio.
«El Reino es como un grano de
mostaza, la más pequeña de todas las semillas» (Mc 4,31)
6. En segundo lugar deseamos recordar la parábola del
grano de mostaza, con la que Jesús nos enseña que el Reino de Dios no llega
necesariamente a través de acciones o gestos grandiosos, sino discretamente por
medio de realizaciones humanas, inicialmente sencillas o limitadas.
Estas realidades aparentemente pequeñas son signos a través de las cuales el
Señor llega a nuestra historia y nos las ofrece como oportunidades para
comprometernos generosamente en la construcción de su reino, descubriendo el
valor decisivo del momento presente por insignificante que parezca (cf. Mc
4,30-32).
7. Reconocemos con alegría algunos signos de vida eclesial, que como granitos de mostaza
pueden parecer pequeños, pero ya están dando mucho fruto en nuestras
comunidades. Entre ellos podemos señalar la
profunda «espiritualidad» de nuestro pueblo centroamericano, con la que se
aferra al amor de Dios y no pierde la esperanza aún viviendo situaciones
dramáticas de dificultad y de dolor; la
entrega generosa de tantos sacerdotes, religiosos (as) y laicos (as), que
en el campo y la ciudad dan testimonio de Cristo y sirven a la Iglesia aun en
medio de no pocas limitaciones y sacrificios; y, en tercer lugar, el camino de renovación de muchas de
nuestras parroquias, que se está abriendo paso a pesar de ciertas
resistencias personales y estructurales. Otro signo sumamente esperanzador es la fe entusiasta de muchos jóvenes,
«amigos y discípulos de Cristo» (Aparecida,
443), quienes ciertamente son y seguirán siendo en el futuro fermento de
renovación de nuestra sociedad a la luz el Evangelio. La Iglesia desea ser cercana a los jóvenes, animando sus más
nobles ideales, acompañándoles en su vida espiritual y colaborando
en la formación de su conciencia social y política a la luz de los valores
del Reino de Dios.
«Una vez salió un sembrador a
sembrar» (Mc 4,3)
8. Finalmente recordemos la parábola del sembrador,
con la que Jesús se presenta a sí mismo anunciando con optimismo el Reino, con
sus palabras y sus obras, sin excluir a nadie del proyecto de Dios. Con la parábola Jesús quiere
también combatir la desesperanza de quienes no ven resultados inmediatos,
exhortándonos a proclamar siempre la Palabra con confianza en su eficacia
transformadora, sin desanimarnos por los aparentes fracasos y sin importar que
haya corazones duros que no estén dispuestos a recibirla (cf. Mc 4,1-9).
9. Hoy Jesús continúa sembrando la semilla del
Evangelio a través de la misión evangelizadora de la Iglesia, «que tiene como
misión propia y específica, comunicar la vida de Jesucristo, a todas las
personas, anunciando la palabra, celebrando los Sacramentos y predicando la
caridad» (Aparecida, 386). Es nuestro mayor deseo como Obispos de
Centro América que nuestra Iglesia no cese de sembrar con ardor misionero la
semilla del Evangelio, convirtiéndose en un «poderoso centro de irradiación
de la vida en Cristo» (Aparecida,
362), comprometida por una vida mejor y más digna para todos, especialmente
para los más pobres y marginados de la sociedad.
10. La parábola del sembrador exige la fe de
quien lanza la semilla y la fe del terreno que la recibe (Cf. Mc 4,13-20). Por
eso exhortamos a todo el pueblo de Dios
a que acojamos con renovada gratitud del don de la fe, viviendo sus exigencias
con coherencia y radicalidad. Dóciles a la acción de Dios, «quien, por su
benevolencia, realiza en nosotros el querer y el obrar» (Fil 2,13), esforcémonos
en vivir nuestra fe como camino de discipulado misionero, fruto de un
encuentro profundo y continuamente renovado con Jesucristo, vivido en la
comunión y participación activa en el seno de la comunidad eclesial y expresada
proféticamente en el testimonio significativo y eficaz de los valores del
Evangelio en medio de la sociedad.
11. Manifestamos nuestra profunda gratitud a Adveniat, organismo de la Conferencia
Episcopal Alemana, que está cumpliendo en este año cincuenta años de
existencia, y a todo el pueblo católico de Alemania. Creada por los obispos
alemanes con el propósito de apoyar en modo solidario el camino evangelizador
de la Iglesia de América Latina, Adveniat
se ha manifestado siempre cercana y generosa a las necesidades de nuestras iglesias centroamericanas. ¡Gracias por su generosidad y solidaridad!
¡Gracias por apoyarnos en nuestro esfuerzo de sembrar la semilla liberadora del
Evangelio en nuestros pueblos!
12. Que la Virgen
María, «la discípula más perfecta del Señor», quien «con su fe, llega a ser el
primer miembro de la comunidad de los creyentes en Cristo» (Aparecida, 266), ilumine con su amor
maternal el camino de la Iglesia en Centro América, para que vivamos nuestra fe
como ella, «tanto en la actitud de escucha orante como en la generosidad del
compromiso en la misión y el anuncio» (Verbum
Domini, 28).
Dado en
Tegucigalpa, Honduras, el veintitrés de noviembre de dos mil once.
Mons. Leopoldo José
Brenes Solórzano Mons.
Jorge Solórzano Pérez
Arzobispo de
Managua, Nicaragua Obispo
de Granada, Nicaragua
Presidente del
SEDAC Secretario
General del SEDAC
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bendiciones!