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Mostrando entradas de abril, 2018

Positivismo signo de la madurez cristiana

Cualquiera que sea la imagen del cristiano maduro, tiene al menos tres características fundamentales. La primera es la de ser positivo. Tiene que ser una persona que intenta continuamente tender puentes, remediar situaciones difíciles, mirar hacia adelante. Si pensamos en el himno de la caridad de san Pablo: «... todo lo cree, todo lo disculpa, todo lo espera», debemos decir que en el cristiano adulto no puede haber depresión, desaliento, malhumor, tristeza, desconfianza. Ni siquiera una cierta animadversión concuerda con la imagen del cristiano maduro en la fe, en el que cabe más bien la energía, el valor, la generosidad total. La segunda característica, que no debemos olvidar, es su conflictividad. ¿De dónde nace esta imagen? San Pablo lo dice claramente en el contexto de la Carta a los Gálatas: «En cambio, los frutos del Espíritu son...». «En cambio», referido a los versículos anteriores, está en contraste con las obras de la carne: «Fornicación, impureza, desenfreno, idolatría, hec

Saber escuchar, para ser Discipulo

«Sentada a los pies de Jesús, escuchaba su palabra.» Sentarse a los pies de alguien es la actitud del discípulo respecto al maestro. En el libro de los Hechos de los Apóstoles, por ejemplo, cuando Pablo cuenta su vida, dice: «Yo de joven me sentaba a los pies de Gamaliel en Jerusalén», era discípulo suyo, él era mi maestro. Es interesante la actitud de María (la hermana de Marta), porque en el evangelio sólo vemos a los hombres como discípulos: los apóstoles. Aquí aparece una mujer como discípula que escucha las palabras del Maestro. Nos viene a la mente una expresión de Jesús: «Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica». María vive la bienaventuranza evangélica, la de la escucha de la Palabra. Es la imagen perfecta del discípulo, de la humanidad que escucha la Palabra de Dios, y es la imagen que inmediatamente evoca la figura de la perfecta discípula, María, la madre de Jesús, que dice: «Que me suceda según dices». De la hermana de Marta se puede decir lo qu

No corregir los defectos es ser egoísta

 Educar a veces significa también «contrariar». Permitir o, peor aún, favorecer el crecimiento incondicional de los instintos negativos de la persona, no frenar sus caprichos, su agresividad destructiva y los vicios que la deshumanizan, no corregir los defectos y las pulsiones egoístas, significa renunciar a su educación. Hay que encontrar la manera adecuada para hacerlo, pero no hay que renunciar a la corrección. La verdad que no procede del amor no educa, exaspera. Sólo de un gran amor paterno y materno nace también la sabiduría de reprender en el momento adecuado y de la forma correcta. Corregir no es solamente decir «te has equivocado», sino explicar las razones («confutar», «convencer»), Esto nace de un amor inteligente que piensa y reflexiona antes de reprender, que no pierde de vista la meta que pretende alcanzar, que recurre a la discreción del diálogo de tú a tú antes de hacerlo públicamente.

La vocación de todo hombre es la de buscar, honrar y atestiguar la verdad y el bien

La vocación de todo hombre es la de buscar, honrar y atestiguar la verdad y el bien. El derecho a la verdad incluye una recta información o comunicación. Se trata de la verdad entera, "la verdad acerca de Dios, la verdad acerca del hombre y de su misterioso destino, la verdad acerca del mundo" (EN 78). A la luz de la fe, apoyada en le revelación, el creyente busca vivir "la verdad del evangelio" (Gal 2,14). La verdad no sólo es objeto del conocimiento humano, sino que es recibida por el hombre como don de Dios en la revelación. Entonces es la verdad que proviene de Dios "para nuestra salvación" (DV 11). La "verdad" forma parte del anuncio evangélico. Es Jesús mismo, "lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,14) quien se presenta como "camino, verdad y vida" (Jn 14,6). En efecto, si "la ley fue dada por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por Jesucristo" (Jn 1,17). Por esto el Señor invita a "conocer

La luz de la Resurrección no hace desaparecer la Luz...

La luz de la resurrección no hace desaparecer la cruz, sino que ayuda al creyente a comprender el misterio de la vida y del amor que se desprende de ella. Si olvidamos esta conexión que es la estructura íntima del misterio pascual, nos exponemos a decepciones a veces dramáticas. La alegría pascual, en efecto, y el deseo pascual, tienen que contar con la realidad en la que, desde el punto de vista histórico del desarrollo de los acontecimientos en su materialidad, parece que nada ha cambiado: siguen subsistiendo a nuestro alrededor la enfermedad, la muerte, el odio, las agitaciones sociales. La pascua no quita estas realidades de inmediato, pero nos dice que, si Cristo vive en la gloria de Dios, si Cristo vive en la Iglesia y en la historia, si está vivo, por tanto, en nosotros, todo esto no solamente no nos impide amar, sino que nos permite esperar y amar cada vez más. Para el que ha entendido algo de la vida y del amor, ésta es una palabra que lo dice todo; Cristo nos asegura que s